Una historia consumada


Esta vez no hubo citas, llamadas, correos, mensajes… simplemente llegaste en el momento preciso, no antes, nunca a destiempo.
¿Qué fue lo que nos puso en el camino? No lo sé, pero sea lo que haya sido, lo agradezco, lo valoro y lo aprovecho.
Conocerte fue empezar un viaje con los ojos cerrados, lanzarme a la aventura, pero además en un viaje de emociones extremas.
Sin saber el uno del otro dejamos atrás lo que teníamos que hacer, nos olvidamos de compromisos, de intereses de visitas, de amigos, de todo.

Nos encontramos y me dejaste conocerte, verte, recorrerte con la mirada.
Nos acercamos y sin más nos besamos, nos abrazamos y permanecimos unidos por un largo tiempo así, reconociendo el territorio. No solamente con la boca nos sentíamos, las manos empezaron a hacer lo mismo. Yo no podía esperar a sentir lo que ocultabas debajo de la falda.
La levanté y no me frenaste, toqué tus muslos, recorrí  el camino hacia arriba. Encontré tu ropa interior, que aún así no me privaba de sentirte.
Te acercaste más, te pegaste a mí, me sentiste y no retrocediste, oprimiste más tu boca y tu lengua comenzó a jugar con la mía.
La pasión desbordaba, no podíamos esperar, sin embargo, retrocediste, te apartaste un poco.
Decidiste terminar de develar tu figura despojándote poco a poco de la ropa. No me permitiste acercarme, simplemente me dejaste verte haciéndolo, a la vez que yo hacía lo mismo.
Sin prisa, lentamente, mucho a mi parecer, te quitaste la falda y te quedaste sentada, a la orilla de la cama.
El paso siguiente era la blusa… y si, jugaste un poco con ella. Mi deseo aumentaba, tu control del tiempo lo hacía posible, y sin embargo, en tu pecho notaba que el deseo también hacía de las suyas contigo.
Sin más te libraste de la blusa y el bra.
Viéndote, contemplándote, admirándote yo hice lo propio.
Me dijiste entonces que si había notado ya que tu bronceado no era perfecto y te contesté que no había reparado en ello.
Decidí cortar distancia y me acerqué nuevamente a ti.
Te tendiste en la cama, simulando escapar, pero a la vez, mostrándote plena para mí, para que yo terminara de retirar lo último que quedaba para tener acceso pleno a tu intimidad.

Me tendí a tu lado y entonces volví a recorrerte con la mirada, con las manos y toqué al fin tu cuerpo semidesnudo. Volvimos a la carga con nuevos besos y mi mano derecha comenzó a descender, ya no eran tus senos solamente,  ya no era solamente tu cintura… sabías que buscaba colarme al último resquicio prohibido.
Te alcancé, y aún sin retirar tu prenda, noté que ya estaba humedecida. Comenzabas a moverte, ansiosa, deseosa y entonces clavaste tus uñas en mi espalda.
En respuesta ataqué y terminé por introducir la mano.
Sin dejar de besarnos, sentí cómo vibrabas.
Reconocer tu terreno libre, liso, suave, me hizo bajar la mano con rapidez. Separé entonces tus labios… había llegado finalmente al punto donde no habría regreso.
Gemiste.
Te dejaste llevar por la sensación que te dominaba, por el placer que sentías, por el gusto que aumentaba.
Te mojabas cada vez más, te entregaste por completo y tus manos me aprisionaron con fuerza.
Sabías que estarías próxima a estallar y no me detuviste, entonces me mordiste el labio inferior y arremetí con más fuerza y velocidad.
Había localizado el punto preciso.
Seguías empapándome y pegabas tu cuerpo al mío.
Aparté mi boca de la tuya y arremetí sobre tus senos, firmes, duros, ansiosos, que reflejaban perfectamente lo que tu cuerpo por si solo  ya expresaba.
Seguí sin parar, arremetiendo con fuerza y velocidad, no te contuviste y estallaste.
Mi boca prendida a tu seno derecho y mi mano aún en tu intimidad fueron un combo perfecto.
Sin dar tregua, decidiste contraatacar, y te montaste sobre mí.
Sin retirar el último trozo de ropa empezaste a jugar conmigo.
Con tu boca, con tus manos, con el movimiento de tu cadera.
Mis manos aprisionaron tus nalgas, tu boca comenzó a recorrerme.
Cedí, te permití hacer lo que querías… y quisiste mucho.
Me invadieron sensaciones sublimes, me guiaste, me llevaste por esos caminos que solamente tú podías llevarme.
Te detuviste… y entonces giraste nuevamente sobre ti.
Volviste a indicarme el camino…
Al fin, sin más, te desnudé, dejé libre el camino y entonces… terminamos un capítulo conjunto en las historias de nuestras vidas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario